La verdad entré a la fiesta como lo he hecho tantas veces, como si tuviera un campo de fuerza invisible protector. Mirando en todas direcciones. Buscando algo que no sé qué es, pero me hace falta... al menos al momento de entrar a las fiestas.

Después todo cambia, la energía cede ante el líquido y no hay forma de parar... porque NO hay intención de parar. Siempre hemos sido así... al menos nosotros cuatro. Nos solapamos, nos cuidamos, nos destruimos. Como en primaria o secundaria, cuando en el patio éramos los verdugos principales de la comunidad; empero, hilarantes víctimas internas.

Cuando la noche avanzó, justo como lo hizo la época en la que nuestra maldad era no sólo divertida, sino inexplicable y natural, la música hizo su aparición y la vista perdió parte de su poder; por supuesto y como siempre sucede, (como siempre debe suceder): una mujer salió a escena...

El resto es historia, aquí seguimos los cuatro, aunque no estemos juntos la mayoría de las veces. Ahí está esa foto donde cantamos detrás de mi puerta. Los recuerdos de mujeres que han pasado, de las que por encima nos han pasado, o sobre de las cuales nosotros lo hemos hecho... Sí, somos especiales, libres, complicados... unos bastardos pues... pero en efecto, nunca unos malditos bastardos.

*Este post se inspiró en los geniales textos de la página EN LA VIDA HECHA AJEDREZ